Martes de la tercera semana de Adviento: Comienzo para siempre
Presencia
Cuando llego a Tu presencia, Señor, sé que estoy en presencia de mi Creador. Me creaste por amor. Incluso sabes el número de cabellos en mi cabeza. Tu presencia, Señor, es el mayor de los dones.
Escritura
Juan 3:1-8 LBLA
Había un hombre de los fariseos, llamado Nicodemo, prominente entre los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él. Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer? Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te asombres de que te haya dicho: «Os es necesario nacer de nuevo». El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.
Reflexión
Nicodemo el fariseo era un hombre precavido. Le ponía nervioso que le vieran con Jesús y por eso «vino con Jesús de noche». El simbolismo es poderoso: Nicodemo está a oscuras tanto espiritual como físicamente. Las palabras de Cristo encienden una mecha que arde lentamente y que se iluminará en el momento menos pensado. Después de la Crucifixión, cuando todo parecía acabado, Nicodemo se declaró – acudiendo a la tumba del huerto portando mirra y áloes «como cien libras de peso».
No decidimos nacer. No podemos forzar nuestro propio nacimiento. Sólo después de recibir la vida entra en juego nuestra voluntad. Tampoco podemos forzar nuestro renacimiento en el Espíritu. Sin embargo, ese renacimiento se ofrece durante toda nuestra vida. En una época en la que la acción es el rey, debemos aprender a recibir, y recibir puede ser una actividad muy difícil.
Podemos, por supuesto, rechazar el renacimiento espiritual. Podemos rechazar el dolor de la muerte y resurrección continuas, el morir y resucitar diariamente con Cristo, el dejar ir y asumir diariamente. Podemos concentrarnos en acrecentar nuestro cuerpo y nuestro intelecto; podemos centrarnos en lo que podemos ver y oír y tocar. Podemos crecer desde la infancia hasta la autoconciencia sin permitirnos nunca experimentar la presencia interior de Dios.
O podemos abrazar el renacimiento continuo. El teólogo y místico dominico del siglo XIV, Meister Eckhart, describe la transformación y el renacimiento espiritual como un acontecimiento continuo: «Quiero que sepas que el Verbo eterno nace en el alma, nada menos que en su propio ser, sin cesar». En esta asombrosa aventura nunca envejecemos. «Sabed, pues», dice Meister Eckhart, «que mi alma es tan joven como cuando fui creado, es más, mucho más joven. Y te digo que me avergonzaría si mi alma no fuera mañana más joven que hoy».
Oración
Señor, que no tengamos miedo a la oscuridad. Acojámosla como un lugar de revelación. Haznos saber que nunca hay un instante en el que no estés dentro de nosotros. No debemos tener miedo al nacimiento ni al renacimiento, ni al cambio, ni a la vida ni a la muerte. En lugar de eso, veámoslas como lo que son: como etapas emocionantes de un trascendente viaje de vuelta a casa.
Amén
Gloria a ti, Padre, fuente de todo ser,
a ti, Jesús, Verbo hecho carne,
a ti Espíritu Santo, Consolador,
como era antes de que comenzara el tiempo,
es ahora y será en el futuro.
Amén.