Jueves de la 5ª semana de Cuaresma
Oración inicial
Señor, concédeme verte más claramente,
amarte más entrañablemente, y seguirte más de cerca,
día a día.
Escritura
Lucas 18:9-14
9 Refirió también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás: 10 Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. 11 El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: «Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. 12 Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano». 13 Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «Dios, ten piedad de mí, pecador». 14 Os digo que este descendió a su casa justificado pero aquel no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado.
Reflexión
La parábola del fariseo y el recaudador de impuestos pone de relieve el marcado contraste entre el orgullo y la humildad en la oración. El fariseo presume de su rectitud y mira a los demás por encima del hombro, mientras que el recaudador de impuestos reconoce humildemente su pecaminosidad y busca la misericordia de Dios. Jesús enseña que es el corazón humilde y arrepentido el que está verdaderamente justificado ante Dios. Esto nos anima a acercarnos a la oración con humildad, reconociendo nuestros propios defectos y confiando en la gracia de Dios más que en nuestros propios méritos.
Mientras que la oración del fariseo está llena de autocomplacencia y juicio hacia los demás, el recaudador de impuestos se centra únicamente en su propia necesidad de la misericordia de Dios. Esta parábola nos recuerda que debemos evitar compararnos con los demás y juzgar su estado espiritual. Debemos centrarnos en nuestra relación personal con Dios, buscando Su perdón y esforzándonos por tener un corazón puro y contrito. Al hacerlo, cultivamos un espíritu de humildad y compasión, permitiendo que el amor de Dios nos transforme y guíe nuestras interacciones con los demás.
Contemplación
Me tomo unos instantes para imaginar la escena del relato evangélico que acabo de leer. Dejo que las palabras cobren vida en mi corazón. Visualizo el acontecimiento como si estuviera allí y formara parte de la historia. Presto atención a todos los detalles, las imágenes, los sonidos, los sabores, los olores y los sentimientos del acontecimiento. Me imagino como uno de los personajes de la escena o como yo mismo presente en la historia. ¿Qué mensaje tiene Jesús para mí? ¿Cómo me está hablando Dios personalmente a través de esta historia? Abro mi corazón a la inspiración del Espíritu Santo.
Acción de Gracias
Pido a Dios, Padre, que me dé una conciencia clara de los muchos dones que he recibido,
para que, lleno de gratitud por todo, pueda en todo amar y servir a la Majestad Divina.
Compañeros peregrinos
Una palabra o una sonrisa bastan a menudo para dar nueva vida a un alma abatida.
– Santa Teresa de Lisieux
Oración final
Cristo conmigo,
Cristo ante mí,
Cristo detrás de mí,
Cristo en mí,
Cristo debajo de mí,
Cristo arriba de mí,
Cristo a mi derecha,
Cristo a mi izquierda,
Cristo cuando me acuesto,
Cristo cuando me siento,
Cristo cuando me levanto,
Cristo en el corazón de todo el que piensa en mí,
Cristo en la boca de todo el que habla de mí,
Cristo en todo ojo que me ve,
Cristo en todo oído que me oye.
¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!
Amén.