La vocación del ministerio
Cuando mires al sacerdote de tu parroquia, piensa en quién ves y no en lo que ves. El quién es el hombre que en algún momento de su vida sintió que Dios quería que se hiciera sacerdote. El quién es aquel que conoce la incertidumbre, la duda y la decepción, pero que sigue encontrando gratificante la fe y el ministerio su forma de vida elegida. El quién es aquel que aprecia una palabra amable y necesita absolutamente el apoyo de tus oraciones. Si vemos al sacerdote como un qué, se convierte en una función, un dispensador de servicios y algo con lo que sólo hay que ponerse en contacto cuando se requiere un servicio. Cuando Jesús envió a los doce, sabía que el pueblo les necesitaba tanto como ellos al pueblo. Esa verdad permanece inalterable.
Piensa ahora en los sacerdotes que conoces, en los religiosos que conoces, y recuerda sus interacciones contigo en vida. Momentos de tristeza y dolor, momentos de incertidumbre o miedo, enfermedad o tensión -momentos también de celebración y alegría, ¿dónde estaba él o ella? Lo más probable es que muy cerca de ti y de los tuyos. Quizá cuando oigas críticas a sacerdotes o religiosos, cuando sean sinceras, acéptalas y compréndelas y empatiza con ellas, pero quizá cuando sientas que no están justificadas podrías decir: «Ésa no ha sido mi experiencia» -en esto, al menos, estás reconociendo el camino elegido en respuesta a la llamada de Dios, porque Jesús se fijó en la gente y sintió que necesitaban ministros en medio de ellos-. Tal vez tengas unas palabras después de la Misa; una sonrisa, un apretón de manos y: ‘Gracias por eso, nos alegramos de que estés aquí entre nosotros’. Por cierto, he rezado una oración por ti este fin de semana’.
Vincent Sherlock, Que el Adviento sea Adviento