Vivir el Tiempo Ordinario
En cualquier año hay treinta y tres o treinta y cuatro Domingos del Tiempo Ordinario, dependiendo de la fecha de la Pascua. El término «ordinario» en inglés significa algo que no es especial o distintivo. Sin embargo, el Tiempo Ordinario constituye la mayor parte del año litúrgico y, en nuestro calendario eclesiástico, dista mucho de carecer de importancia e interés. El tiempo se llama «ordinario» porque está numerado. La palabra latina «ordinalis» se refiere a los números de una serie. Las semanas del Tiempo Ordinario representan la vida ordenada de la Iglesia, cuando no estamos de fiesta ni de ayuno. El Tiempo Ordinario sigue al tiempo de Navidad y termina cuando comienza la Cuaresma. Una segunda parte comienza después de Pentecostés y nos conduce al Adviento.
La historia de la vida, la misión, el mensaje y el ministerio de Jesús se despliega ante nosotros durante el Tiempo Ordinario: los milagros, las parábolas, la llamada a los Doce, el Sermón de la Montaña, el don del Pan de Vida, todo ello nos conecta con el camino evangélico que estamos invitados a seguir.
Como todos los tiempos litúrgicos, ¡el Tiempo Ordinario está hecho para vivirlo! No somos receptores pasivos de la liturgia ni de la vida cristiana. Estamos llamados a ser participantes plenos y activos en la variada vida de Jesús, aportando la cotidianidad de nuestras vidas a la liturgia.
El Tiempo Ordinario es cualquier cosa menos tiempo ordinario o corriente. Es el tiempo en que Dios hace cosas extraordinarias en la vida de la gente común. Es tomar conciencia de que los momentos cotidianos de nuestra vida ordinaria están cargados de la presencia de Dios.
Todos intentamos seguir ese camino evangélico en lo ordinario del aquí y ahora, en el embrollo, el desorden, el misterio y lo mundano. Ahí es donde está Dios.
John Cullen, El Mensajero del Sagrado Corazón, junio de 2023