Crecer con Ignacio

Cada uno de nosotros tiene un papel personal que desempeñar en la gran historia de la transformación. La «transformación», podríamos pensar, no es para nosotros, gente pequeña. La transformación la hacen los santos y los héroes, no los humildes peregrinos en un camino pedregoso. En realidad, la verdad es justamente lo contrario. La transformación se produce, peregrino a peregrino, paso a paso doloroso, precisamente en los caminos pedregosos de la vida. El Evangelio nos da tanto una visión como un mapa para este viaje.

Podemos abrazar una invitación a la transformación en este retiro, en el que descubriremos un camino que nos lleva primero a través del tipo de sacudida que todos experimentamos en algún momento de nuestras vidas y que podemos estar experimentando en este momento presente, pero luego, habrá la promesa de un mañana muy nuevo y diferente. La sacudida es el catalizador del cambio. En el principio, recordamos, el Espíritu se cernía, no sobre el orden, sino sobre el caos, haciendo surgir una nueva creación.

Estamos haciendo este viaje personalmente; sin embargo, me gustaría presentarte a un compañero peregrino en particular que nos acompañará en nuestro viaje. Puede que ya estés muy familiarizado con él, o tal vez nunca hayas oído hablar de él. No importa, él no te lo reprochará. Se llama Ignacio de Loyola, pero yo prefiero llamarle simplemente Íñigo. Íñigo libró sus propias batallas contra el reto de la transformación, hace medio milenio, y se inspiró para tomar notas sobre su viaje interior, con sus muchos dones y gracias, pero también sus momentos de tentación y desesperación. Estas notas constituyeron la base de sus Ejercicios Espirituales. Lo que no siempre se sabe es que Íñigo era laico cuando emprendió este viaje trascendental, que en última instancia cambió el mundo, y formuló sus Ejercicios. Han guiado a muchos millones de buscadores espirituales a lo largo de los siglos, y resuenan profunda y extraordinariamente con la psicología y la espiritualidad del siglo XXI.

Lo primero que Iñigo querría decirnos es esto «No me sigas a mí. Seguid a Aquel a quien yo sigo». La espiritualidad ignaciana está totalmente centrada en Cristo y guiada por el Evangelio. Nos proporciona una especie de caja de herramientas espirituales para ayudarnos a recorrer el camino del Evangelio de un modo muy práctico y accesible. Utilizaremos ampliamente esta caja de herramientas durante nuestro retiro. Nos abre vías para reflexionar sobre dónde nos encontramos en nuestra relación con Dios, y cómo podríamos empezar a caminar más de cerca tras las huellas de Jesús, aprendiendo de él, como aprendices, tratando de interiorizar sus valores y su sabiduría en nuestras propias vidas. El viaje nos llevará, como le llevó a él, a lugares oscuros y luego más allá de ellos, a la alegría de un nuevo amanecer. Por encima de todo, nos planteará una pregunta inquisitiva: «¿Qué te pide el Amor ahora, en el lugar, el tiempo y las circunstancias en que te encuentras?»

Mientras llevas estos temas a la oración, Íñigo te instaría a que dieras forma a una rutina de oración diaria que funcione para ti, y que incluya:

– Reflexionar sobre lo que pides hoy a Dios, ¿qué don o gracia buscas especialmente? Jesús preguntó una vez a un ciego: «¿Qué quieres que haga por ti? (Lucas 18:41)». El ciego pidió que le devolviera la vista. Piensa en cómo responderías tú mismo a esta pregunta. ¿Quizá tú también buscas una visión más clara en algún aspecto de tu vida?

– Dedicar un tiempo cada día (quizá de 10 a 15 minutos) a repasar cómo ha sido la jornada. Esta forma de oración suele denominarse Examen, o simplemente Revisión del Día, e Íñigo instaba a sus compañeros a no descuidarla nunca, aunque no tuvieran tiempo para ninguna otra forma de oración. No se trata de un repaso pormenorizado del día, sino simplemente de relajarse en la presencia de Dios y recordar lo que más te ha conmovido, desafiado, perturbado o consolado. ¿Dónde ha estado Dios en los acontecimientos del día? ¿Por qué estás más agradecido? ¿Hay algo que, pensándolo bien, desearías haber hecho de otra manera, o no haber hecho en absoluto? Simplemente, llévalo todo a la oración, sin juzgarte ni juzgar a nadie, y pide que la luz del Espíritu Santo te muestre lo que Dios quiera que veas.

Mientras pasas tiempo con el texto bíblico sugerido para cada sesión, utiliza cualquier forma de oración que te ayude: tal vez la oración del corazón que escucha (lectio divina), o tal vez imaginándote presente en una escena concreta (meditación imaginativa) y abriendo tu corazón a lo que Dios quiera revelarte.

A lo largo del camino, puede que también te resulte útil tomar tus propias notas, en forma de diario o agenda, anotando lo que enciende especialmente tu corazón y capta tu atención, qué gracia te ha traído la semana y cómo te ha desafiado o animado. No tiene por qué ser una obra literaria -de hecho, no debería serlo-, sino simplemente tus propios sentimientos sinceros sobre hacia dónde te lleva la oración. Algunas personas pueden preferir hacerlo utilizando un bloc de dibujo e imágenes en lugar de palabras. Es una máxima de la espiritualidad ignaciana utilizar cualquier cosa que te ayude a acercarte a Dios, y dejar de lado todo lo que no te sirva.

Que estas semanas de camino en el retiro nos lleven cada vez más cerca de Dios, y de todas las criaturas de Dios, y de la fuente profunda y sagrada de nuestro propio ser.