Estate quieto, detente y respira

No es casualidad que Jesús pase cuarenta días en el desierto; se trata de una unidad de tiempo bíblica muy particular. Recuerda a los israelitas que vagaron por el desierto durante cuarenta años antes de llegar a la Tierra Prometida; el Diluvio Universal duró cuarenta días; Moisés ayunó cuarenta días en el desierto del monte Sinaí (Deuteronomio 9:18), al igual que Elías cerca del monte Horeb (1 Reyes 19:8). Estamos en buena compañía al adentrarnos en el desierto, un lugar donde Dios se revela. Durante la Cuaresma, nos conviene apartarnos de nuestras rutinas habituales, estar quietos y detenernos a respirar. No debemos tener miedo de ello, pues el Evangelio nos muestra que el tiempo que pasamos en el desierto está guiado por el Espíritu y que no estamos solos.

Tríona Doherty y Jane Mellett, The Deep End: Un viaje con los Evangelios dominicales en el Año de Marcos