‘Este es Jesús, el Rey de los Judíos’.
A las tres de la tarde hubo oscuridad y un gran terremoto. Era como si los mismos cimientos del infierno se estremecieran, pero el poder del amor de Cristo era invicto e inextinguible. La alegría de la Pascua estaba aún por llegar, pero la victoria se estaba ganando el Viernes Santo. En la comunión de los sufrimientos de Cristo por nosotros está nuestra salvación, y por eso pensamos profundamente en las Palabras extraídas de Él en las horas de su sufrimiento. Si apartamos los ojos de la cruz, estamos perdidos; si no contemplamos la magnitud de la ofrenda gratuita de su vida, nunca seremos atraídos a la cruz con Él, y pasaremos la vida en afanes menores. Toda nuestra fe está determinada por los acontecimientos de este día; todo lo demás contribuye a nuestra salvación, pero la cruz de Jesús está en su centro. El hecho de que Jesús aguantara hasta el final y no decidiera bajar de la cruz es la razón por la que los cristianos viven como viven y veneran el símbolo de la cruz como el recordatorio más potente y central de su fe. Es la razón por la que millones de cristianos se reúnen al pie de la cruz el Viernes Santo.
Extraído de Las siete palabras de Cristo desde la cruz de John Mann (Introducción)